Divulgación | Historia de la Filosofía
Por Maximiliano Salomoni
17 | 01 | 2021
Ilustración: “Estatua de René Descartes”
Autor: Jean-Charles Guillo
Licencia: Dominio público
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Introducción
La Modernidad se despliega por Europa, una nueva
cosmovisión del mundo comienza. El Renacimiento fue el puntapié inicial de la Razón humana a la hegemonía del discurso
ontológico que dominó la Edad Media. Luego de que Copérnico (1473-1543)
afirmara que la Tierra y los otros planetas giraban alrededor del Sol, el hombre
vuelve sobre sí mismo. Para esto la autoridad escolástica ya no era suficiente.
La fe y el acatamiento fiel al discurso eclesiástico serían dejados de lado
ante los nuevos métodos de conocimiento. Esto no implica que no fuera una época
deísta, al contrario, la gran mayoría de los científicos lo eran, pero es este
un tiempo donde los pensadores, para descifrar la obra de Dios, emplearan tanto
la ciencia como la filosofía moderna. Los resultados de las investigaciones ya
no se forzarán si no llegan a los puertos a los que los pensadores pretendían
arribar. Tal el caso de Kepler por ejemplo: siguiendo las investigaciones de
Copérnico, Kepler logró demostrar que la órbita de los planetas en torno al Sol
no era un círculo sino una elipse. “Se dice que en cierta época de su juventud
fue partidario de la adoración al Sol, y pensaba que el centro del universo era
el único sitio digno de una tan gran deidad. Sin embargo sólo motivos
científicos pudieron conducirlo al descubrimiento de ser las orbitas
planetarias elípticas y no circulares”. (Russell 1985, pp.19-20). La elipse era
un fracaso para sus creencias de raíz griega, donde el círculo era lo perfecto. Pero prevaleció el crédito al
método científico. El mundo renacentista es la época del método científico y de
la crítica hacia la misma mirada y forma de conocer del hombre.
René Descartes (1596-1650)
pertenece a estas generaciones de pensadores, y lleva la concepción
racionalista hasta las últimas consecuencias. Identifica no sólo a la
matemática con las ciencias de la naturaleza, sino que, además, argumenta que
la mente humana produce el conocimiento de la naturaleza. El pensamiento (res
cogitans), el mundo (res extensa) -una realidad mesurable matemáticamente- y la
realidad de Dios –como fundamento de las anteriores, se pueden captar
racionalmente. Su sistema será inter-funcional: método, física y metafísica. En
el prefacio de la obra Principios de la Filosofía,
Descartes describe a la filosofía como: “un árbol,
cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física y las ramas que salen de ese
tronco son las demás ciencias”.
Para Descartes, la
ciencia debe ocuparse de aquellos objetos que nuestro espíritu puede conocer de
forma clara y distinta. Por esto necesita un método para buscar la verdad, un método
que nos conducirá, gradualmente, reduciendo proposiciones complejas a simples Y
ya no podrá ser el método de los antiguos griegos o los escolásticos. La
metafísica cartesiana inaugura un nuevo paradigma que marcaría un camino para
los pasos de la ciencia futura. Su obra marcó un giro radical en el terreno del
pensamiento debido a la crítica a la que sometió a la herencia cultural,
científica y filosófica de la tradición anterior -tanto la antigua Grecia como
la metafísica medieval cristiana-, significando su derrumbe como conocimiento
de poder hegemónico. Además, los nuevos principios que desarrolló estarán basados
ya no en el ser o en Dios, sino en el hombre y su racionalidad. El giro
fundamental respecto del medievalismo -donde la atención estaba puesta en la
realidad: la filosofía ontológica, la teoría del ser, ocupada de categorías abstractas
y generales sobre la sustancia, la causa, el efecto, focalizará, ahora, la atención en el conocer: la gnoseología, la teoría del conocimiento. Y aquí
primero la pregunta es sobre la razón humana. Si el hombre quiere investigar la
verdad, primero debe investigarse a sí mismo. El método que encuentra Descartes
será el llamado método cartesiano,
donde la duda metódica es el camino
para llegar a un conocimiento firme.
I. Discurso del Método
I. Crítica
a los antiguos
Descartes publica su obra Discurso del método en 1637. La falla del saber tradicional, el
pensador lo ve en la raíz misma del saber: si las bases de la filosofía son
endebles y discutibles, ergo, no se puede confiar en las demás ciencias y en
sus progresos; ya que estos carecen de certeza real, y serán siempre
discutibles. Descartes hace una crítica implícita en su obra en el cual deja ver que, dentro de este
pluralismo científico, no hay paciencia para conducir en orden la mente sin
evitar precipitar los juicios. Esto no permite la distinción entre lo verdadero
de lo falso, admitiendo lo dudoso como lo verdadero.
La filosofía escolástica tiene como base el pensamiento
griego, especialmente la tradición platónico-aristotélica, en cuyo pensamiento los
parámetros principales se ubican en un mundo trascendental ajeno al mundo
sensible, pero de los cuales dependen totalmente los datos arrojados por este.
De estos parámetros trascendentales Descartes dirá, en un principio, que no se
puede realizar de ellos comprobaciones experimentales. El conocimiento viene dado allí, fuera del sujeto. Dios aparece como
centro y garantía de toda verdad. Mientras que para Santo Tomás la verdad
depende tanto de la mente como del objeto, para Descartes, la verdad, se logra
a base de una estructura lógica, y es ajena totalmente
a la res extensa, porque esta engaña, mientras que no
así la certeza matemática.
Descartes orienta
su crítica hacia la filosofía, afirmando que, aunque fue desarrollada por
espíritus ilustrados, nada de lo dicho hasta su época escapa a la duda: “Al ver
que ha sido cultivada por las inteligencias más cultivadas de todos los siglos,
y a pesar de ello nada queda fuera de discusión, libre de duda” (Descartes, 2000,
p. 11).
Sobre la lógica basada
en el silogismo dirá que sólo tiene un valor didáctico, pero carente de valor
heurístico. Sirve para exponerle a otros cosas que ya se saben, pero no para
conquistar verdades: “Más que para aprender las cosas, sirve para explicarlas
al que las ignora” (Descartes, 2000, p. 15). Además, expone su opinión claramente
en el manuscrito editado post mortem en 1701, cincuenta años luego de la muerte
de Descartes. El mismo fue titulado Reglas
para la dirección del Espíritu.: “no condeno la forma en que hasta ahora se
ha filosofado, ni el empleo de silogismos probables (…) porque con ellas se
ejercita la inteligencia de los jóvenes e incita al estudio” (Descartes, 2000, p.
97).
Critica también a
la matemática: “el análisis de los antiguos y el álgebra de los modernos se
refieren a materias muy abstractas y de ninguna aplicación” (Descartes, 2000, p.
15). Considera que el álgebra de su época no fue subordinada a una dirección
metodológica clara, aún con deducciones rigurosas, no fueron hechas en el marco
de un método correcto. Por ello Descartes fundará luego el método de la geometría
analítica, obteniendo un modelo unitario que une a la geometría y al aritmética
demostrando que sus diferencias no son sustanciales.
Así es como ve la
imposibilidad de fundar una ciencia basada en el conocimiento tradicional. El
problema dirá, es el método, el camino y las formas de los antiguos conducen al
error. Y para cambiar esto todos los conocimientos tomados por verdaderos deben
ponerse en duda: “me propuse arrancar de mi espíritu todas las ideas que me
enseñaron, para sustituirlas con otras si mi razón las rechazaba o para
reafirmarme en ellas si las encontraba a su nivel” (Descartes, 2000, p. 14).
II. Las
cuatro reglas del método geométrico
Descartes pretendió,
entonces, llegar a las raíces y fundamentos que permita un nuevo tipo de conocimiento
de la totalidad de lo real. Para alcanzarlo propone un método que, lejos
de multiplicidad de leyes, distinga lo falso de lo verdadero de
todo cuanto se pueda conocer sólo con cuatro reglas: “bastan cuatro reglas,
pero cumplidas de tal modo que ni por una sola vez fueran infligidas bajo
ningún pretexto” (Descartes, 2000, p. 15).
1.
Evidencia: El conocimiento
certero sólo se alcanza mediante ideas:
§
Claras: Se imponen de
manera manifiesta al espíritu
§
Distintas: No se pueden
confundir con otra
§ La evidencia evita:
o Prevención
(Prejuicio)
o Precipitación
§
Es el punto de partida y también el de llegada.
Pero ¿cuál es el
acto intelectual mediante el cual se logra la evidencia? Es la Intuición:
La evidencia
intelectual -el entendimiento- puede intuir, presentar ideas de forma inmediata
(ideas evidentes). El conocimiento directo (por ejemplo el cogito), no es
testimonio de los sentidos ni el juicio falaz de la imaginación, sino una idea
evidente tan clara y distinta que no quede duda alguna.
2. Análisis: Descomponer el problema en sus partes más íntimas para
alcanzar los elementos más simples, que son los evidentes. Al desmenuzar lo
complejo en sus componentes más simples con el método analítico, paso a paso,
la mente despeja ambigüedades y generalidades que introducen el error.
3. Síntesis: La reducción de lo complejo a lo simple no es suficiente
porque queda un conjunto inarticulado de elementos: es necesario un
ordenamiento, el nexo cohesivo, una cadena de razonamiento de lo sencillo a lo
complejo. Así, lo reconstituido es otra cosa, no es el mismo objeto sino que
está mediado por la conciencia.
4. Enumeración: Controlar los pasos fundamentales para evitar la
precipitación. La enumeración controla si el análisis es completo, en tanto que
la revisión funciona como la corrección de la síntesis.
Así, Descartes, inspirándose
en las matemáticas, ya no busca la abstracción -movimiento típico de la
filosofía escolástica aristotélica- sino que encontrará en ellas el
conocimiento simple e intuitivo. El problema que surge sobre las reglas es
saber si son generales y por tanto si sirven para obtener conocimientos de
diversas índoles. Para ello debe encontrar una evidencia que no sea matemática.
III. La
Duda Metódica
Descartes debe probar si estas reglas son aplicables
universalmente, que no sean propias sólo
de la geometría. Debe verificar si pueden extrapolarse a todos los campos del
conocimiento.
La Matemática es
el ideal del conocimiento por ser cierta e indudable, provoca un claro acuerdo
entre las personas que la practican y da lugar a un saber acumulativo; esto es,
precisamente, lo que quiso Descartes para la filosofía: hacer de ella un saber
estricto y tan cierto como el matemático.
En el estilo
argumentativo de la geometría, la investigación matemática parte de
proposiciones elementales cuya verdad resulta manifiesta a todo espíritu
atento. A estas proposiciones les damos el nombre de axiomas, y sabemos que son
ciertas mediante un acto simple de la mente al que se lo llama intuición. A partir de
estos principios la razón va mostrando otras proposiciones más complejas y
oscuras mediante cadenas tratadas deductivamente. El filósofo quiere demostrar
que la geometría es universalmente válida y el por tanto el único método por el
cual la razón puede conocer.
Descartes aplica
sus reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna verdad tan
clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Debe buscar una
verdad no matemática que sea tan clara y distinta que, lejos de la duda, pueda
justificar tales reglas y ser consideradas fuente de todas las demás verdades
posibles.
No es necesario
probar que todas las verdades tradicionales son falsas, tarea infinita, sino
examinar los principios sobre los que se basan, si caen los principios; las consecuencias
perderán valor.
Descartes expone
que su objetivo es encontrar verdades seguras. El primer problema planteado es
cómo encontrarlas y, para resolverlo, expone el método de la duda. En este
método la cuestión preliminar y fundamental es decidir por dónde empezar la
búsqueda.
La duda metódica consiste en descartar cualquier supuesto no seguro, del
que se pueda dudar. Si ésta existe, éste supuesto podría ser verdadero o falso.
No permitiría construir sobre él el conocimiento. Descartes la emplea para buscar la
evidencia, así todo conocimiento dudoso será considerado falso y será
descartado, sólo aquello de lo que haya evidencia será verdadero.
Meditaciones Metafísicas
Descartes va a desarrollar en su obra Meditaciones Metafísicas de 1641, los
pasos fundamentales de la duda metódica que ya había introducido en Discurso del Método.
I. Argumentos para la duda - Primera meditación
Comienza aplicando la Primera
regla: la evidencia, despejar lo falso por ser probable y buscar lo
evidente: las certezas sin duda. Para ello pondrá en duda las fuentes del
conocimiento humano: “Debo rechazar no sólo lo que aparece manifiestamente
erróneo, sino también todo lo que me ofrezca la más pequeña duda” (Descartes, 2000, p. 55). Luego aplicará la Segunda Regla: el análisis de
esas fuentes, que son los siguientes argumentos:
Argumentos para dudar de los sentidos:
En el primer argumento duda de los sentidos,
Descartes plantea: “Todo lo que he tenido como cierto ha llegado a mí por los
sentidos” (Descartes, 2000,
p. 55). Así, muchas veces ocurre que los sentidos nos han engañado y conducido al error. Un
solo engaño basta para no estar seguros de si volverán a engañarnos.
El segundo argumento duda de los sueños: “tengo la costumbre de dormir
y de representarme en sueños cosas reales y otras inverosímiles” Además, dice,
“no hay indicios para distinguir la vigilia del sueño” (Descartes, 2000, p. 56).
Argumentos para dudar de la razón:
Plantea el hecho de que a
veces se equivoca en un pensamiento, refiere las equivocaciones al posible designio de Dios: ”¿Quién sabe
sino Él ha querido que yo me equivoque al decir que dos y tres son cinco”. (Descartes, 2000, p. 57). Luego
eleva esta duda al plano universal. Para eso expone la Hipótesis
del Genio Maligno. Dios nos ha podido hacer de tal modo que nos engañemos
siempre: Supondré, pues, que Dios es un genio astuto y maligno que ha empleado
su poder para engañarme” (Descartes,
2000, p. 58). Creerá que todo: los colores, sonidos, los elementos, son
ilusiones hechas para engañar.
II.
Cogito Ergo Sum - Segunda Meditación
Descartes observa que aún
reconociendo la existencia del genio maligno, éste sólo puede poner en duda los
contenidos que pienso. “No hay duda de que soy si él me engaña (…) no podrá
hacer que yo no sea en tanto piense ser alguna cosa” (Descartes,
2000, p. 60).
No puede dudar del hecho en
sí de que piensa: para pensar tiene que existir. “otro atributo es el de pensar;
este es el que me pertenece, el que no se separa de mi. Yo soy, yo existo” (Descartes, 2000, p. 60). Soy una cosa pensante, mi
cuerpo puede ser un engaño pero no mi conciencia.
Llega así a la primera evidencia fuera de las
matemáticas. La primera verdad que se alcanza de manera inmediata, es
autoevidente. Una intuición intelectual que resulta de la duda metódica.
Ya Descartes había anticipado en las Reglas del
Método estas conclusiones. En la Cuarta Parte dice:
“noté que si yo pensaba que
todo era falso, yo, que pensaba, debía ser alguna cosa, debía tener alguna
realidad: y viendo que esta verdad: pienso, luego existo era tan irme y tan
segura que nadie podría quebrantar su evidencia, la recibí sin escrúpulo alguno
como el primer principio de la filosofía que buscaba (…) comprendí que yo era
una substancia, cuya naturaleza o esencia era a su vez el pensamiento” (Descartes, 2000, p. 21).
El yo soy, yo existo es el resultado de la duda metódica, se trata de una verdad
intuitiva, es decir, se alcanza de manera directa, es la conclusión de un
razonamiento. Con un silogismo de la filosofía escolástica no se pueden
adquirir conocimientos nuevos. En cambio, como el geómetra, los conocimientos
evidentes se alcanzan con la intuición. “En este primer conocimiento me he
asegurado de la verdad por una clara y distinta percepción de lo conocido” (Descartes, 2000, p. 64).
Res Cogitans
Otro resultado es la existencia
del sujeto pensante. El yo soy, yo
existo (cogito ergo sum) verifica la existencia de una sustancia pensante: Soy una cosa pensante capaz de afirmar
y negar, es posible así un pensamiento relativo al conocimiento teórico. Es
posible además un conocimiento relativo a la voluntad al conocimiento práctico, querer y rechazar.
Y por último un conocimiento relativo a la sensibilidad: Imaginar y sentir. Todas
estas operaciones pertenecen a la esfera del pensamiento.
El cogito se transforma en un criterio
de verdad: Es la primera evidencia que podemos alcanzar, es un modelo de
proposición claro y distinto, así la evidencia será criterio de verdad. La filosofía como Teoría del Conocimiento: deja
de estar centrada en la metafísica. El problema
del conocimiento pasa a ser la cuestión central. El conocimiento se fundamenta
en la conciencia del hombre. Ahora todo lo que no sea evidente al sujeto que
conoce no será verdadero.
Escepticismo y solipsismo
Para Descartes la cosa pensante tiene certeza no
sólo de su existencia, sino también de sus ideas. Para el platonismo, las ideas
tienen una realidad autónoma del sujeto que las piensa; en cambio, para
Descartes, las ideas son el objeto inmediato del sujeto que las piensa. Tiene
certeza de sus propias ideas, pero no las tiene respecto de su existencia
corpórea o de la realidad exterior a él. Descartes corre el peligro de caer en
el solipsismo: sólo sé que existo yo. Esto lo hundiría entonces en un
escepticismo: no puede conocerse nada fuera del yo soy, yo existo. Necesita una idea capaz de relacionarse con una
realidad externa a él. Para evitar el solipsismo Descartes, busca una segunda
certeza evidente preguntándose por los contenidos de la conciencia.
III.
La Existencia de Dios. Tercera Meditación
Descartes
examina ahora sus pensamientos para ver en cuales hay verdad en cuales error. Enuncia a las ideas: “algunos de mis pensamientos
son como imágenes de las cosas” (Descartes,
2000, p. 64). En ésta tercer meditación distinguirá
tres tipos de ideas: “Unas me parece que han nacido con migo, otras extrañas y
proceden del exterior, y, finalmente otras han sido hechas e inventadas por mí”
(Descartes, 2000, p. 65).
Veamos esta clasificación más claramente:
Adventicias: Derivadas de los
sentidos, o sensaciones. Pueden ser simples o complejas. Son ideas que nos llegan desde fuera de nosotros, fuera de la conciencia, como las
imágenes de los objetos. Sobre ellas, Descartes ha lanzado la primera de sus
dudas. A partir de las ideas mismas no se puede deducir que provengan de fuera
de mi mente, de un mundo exterior, sino que esa es sólo una inclinación
subjetiva que me lleva a creerlo. Facticias:
derivadas de la asociación de ideas realizada por nuestra mente, a partir de la
memoria y la imaginación. Son ideas complejas. Por ejemplo, la idea de sirena o
de quimera. En tal caso, estaríamos hablando de ficciones de la mente,
construcciones que realizamos con diversas ideas adventicias combinadas por
nosotros a nuestro antojo. Innatas:
son ideas que parecen haber nacido con uno, que están en la mente
(entendimiento), ya que no se las encuentra entre las facticias, ni entre las
que se construyen a partir de las adventicias. Son ideas axiomáticas. Un
ejemplo de estas ideas es la idea de Dios. Alrededor de este tipo de ideas se
centrará la problemática sobre las ideas y el conocimiento en el sistema
cartesiano. ¿Qué problema plantea esta idea?: ¿Cómo es posible que esta idea
este en mí?.
Descartes se esfuerza por demostrar la existencia
de Dios en tres formas:
Primera demostración
Parte del principio de causalidad. El argumento: debe
haber una causa para todo efecto. Sabemos que la idea de Dios incluye a la idea
de perfección: “Dios existe; porque si bien la idea de substancia está en mí,
puesto que yo soy una substancia, no tendría la idea de una substancia infinita,
siendo yo finito, si no hubiera sido puesta en mi espíritu por una substancia
verdaderamente infinita” Por tanto la Idea de Dios no puede ser producida por
algo imperfecto: La conciencia humana es imperfecta por el hecho mismo de que
duda. Tampoco por cosas externas –las cuales también son imperfectas desde el
momento en que puedo dudar de su existencia. Por lo tanto, la idea de Dios sólo puede provenir de un ser
perfecto que existe más allá de la idea que yo tengo de él. La demostración
adquiere entonces la siguiente concatenación: a) Tengo en mi la idea de Dios (Descartes
lo ve como un efecto). b) Si soy imperfecto no puedo ser la causa de esta idea-efecto.
c) Sólo Dios puede ser la causa de ella.
Segunda demostración
Se fundamenta, al igual que en la anterior en el principio de la causalidad y entre la relación entre la perfección divina y la imperfección humana: “Es propio de la naturaleza de lo infinito que no pueda comprenderlo un ser limitado y finito como yo” (Descartes, 2000, p. 69) Descartes argumenta: si hubiera estado en condiciones de crearme a mí mismo lo hubiera hecho con perfecciones como (infinidad, omnipotencia, omnisciencia) de las cuales tengo idea. Soy imperfecto porque dudo, por tanto debe haber un Dios que me dio existencia y tiene todas las perfecciones para mi pensables.
Tercera Demostración
La idea de perfección debe implicar la existencia. De lo contrario, sería una existencia imperfecta. Descartes retoma la Prueba de la existencia de Dios de San Anselmo. La existencia está implícita en el concepto de Dios: si pienso que Dios es perfecto o pienso con todos los atributos de la perfección, sería contradictorio pensar en Dios como perfecto pero no todopoderoso, infinito, omnisciente y sumamente bueno. Concluye que la existencia no puede ser separada de la esencia de Dios: “La existencia es parte integrante de la esencia, por lo cual no es posible tener la idea (esencia) de Dios sin admitir al mismo tiempo su existencia” (Reale y Antiseri, 1995, p. 323). Por tanto Descartes rechaza los anteriores motivos de duda, en particular de la Hipótesis del genio maligno y de la indistinción entre sueño y vigilia. En Discurso del método concluía:
“La regla general que afirma que concebimos
las cosas de forma clara y distinta, se funda en que Dios existe, en que es un
ser perfecto y en que todo lo que hay en nosotros procede de Él (…) nuestras
ideas y nociones que se refieren a las cosas reales (…) no pueden ser menos que
verdaderas (…) la confusión y oscuridad se debe a nuestra imperfección” (Descartes,
2000, p. 24).
De lo verdadero y de lo falso. Cuarta
Meditación
Si Dios es veraz y no engaña ¿por qué los hombres se equivocan y no siempre alcanzan la verdad? ¿Cómo es posible que ocurra el error sino puede provenir de nuestras facultades?
Descartes recurre en la cuarta meditación a la Tesis del voluntarismo
del error: “¿Dónde nacen, pues, mis errores? De que, siendo la voluntad mucho
más amplia y extensa que el conocimiento, no la contengo en los mismos límites,
sino que la extiendo a las cosas que no entiendo, se extravía y elige lo falso
como verdadero” (Descartes, 2000, p. 75). El error es nuestro, nos apresuramos o
tenemos prejuicios. Así, el error es evitable si seguimos el método de la
evidencia. El error no está en mis facultades sino en mi método. Con el
criterio de verdad obtenido Descartes tiene certeza de que es posible un
conocimiento verdadero del mundo despojado de duda.
Así, Dios es garante de la
verdad a la que el sujeto puede alcanzar mediante el uso de sus facultades de
conocimiento. Estas facultades que me ha dado (sensibilidad y razón) también lo
son. Descartes prosigue ahora en los asuntos referidos al mundo corpóreo.
IV.
Res Extensa. Quinta y Sexta Meditación
Descartes define en la Quinta meditación (también lo hace en la Segunda Meditación y en la obra póstuma Reglas para la conducción del espíritu) a la esencia de los cuerpos como “sustancia extensa” Res Extensa.
Comprobada ya la existencia del Res cogitans (sustancia pensante) verifica ahora la existencia de la res extensa, la otra sustancia que conformará el dualismo cartesiano, junto también con Dios.
Descartes se pregunta si las cosas existen fuera de él. Esta esencia del cuerpo es la res extensa. Se afirma en las ideas adventicias, cuando percibimos objetos captamos no sólo su esencia sino también sus cualidades particulares, las diferentes formas que pueden tomar. “Aquellas ideas que nos llegan desde una realidad externa a la conciencia, que no es su artífice, sino su depositaría” (Reale y Antiseri, 1995, p. 326). Percibimos su figura, su movimiento, su divisibilidad, su cantidad: tamaño y divisiones de esas partes. Aquí Descartes asigna a la matemática y a la geometría su campo de estudio, por eso las libera de toda duda producto de la duda hiperbólica. También la física, sentando las bases para la física mecanicista.
En la Meditación VI Descartes brinda los argumentos para
demostrar la existencia de un mundo exterior a la conciencia. Lo hace en tres
etapas:
1.
Prueba de posibilidad: Las
cosas materiales son posibles gracias al hecho de que mi mente puede pensarlas-
(intelección pura, ideas innatas) claramente. Apoyado en las matemáticas y
basado en la metafísica, dice: No hay duda de que Dios puede producir todas estas
cosas que yo puedo percibir de manera clara y distinta. La extensión es clara y
distinta, y esto lo posibilita la geometría.
2.
Admisión de probabilidad: Debido a la existencia en nosotros de la imaginación-
facultad corporal- (sentidos, ideas adventicias) es probable que existan las
cosas materiales. Pero todavía no son certeza,
ya que podríamos decir que la imaginación no pertenece a la conciencia pura
(sólo hay certeza de la sustancia pensante).
3.
Certeza: Aquí demuestra que las
cosas materiales existen.
· -Pasividad del sentimiento: Antes de avanzar en las meditaciones, la conciencia
capta sensaciones sin que ésta sea dueña de decidirlo.
· -Aceptación de la extensión como evidente: Si la conciencia pudiese producir ideas debería ser
consciente de esto. Por tanto, Descartes concluye que las cosas materiales
derivan de una sustancia distinta de la conciencia: “dependen de alguna cosa
que difiere de un espíritu” (Descartes, 2000, p. 81).
Existen dos alternativas:
Dios coloca esas ideas
en la conciencia: Pero Dios no me
engañaría haciéndome creer que pueden provenir de cosas materiales.
Las ideas derivan realmente de cosas materiales. Por lo anterior ésta debe ser la opción correcta. Podemos aquí reconciliar la pasividad del conocimiento con la veracidad de Dios. “si este poder de adhesión al mundo material ejercido por la facultad imaginativa y las facultades sensibles nos engañase, habría que concluir que Dios, que nos ha creado así, no es veraz. Esto es falso, empero, como ya hemos dicho. Por lo tanto si las facultades imaginativas atestiguan la existencia del mundo corpóreo, no hay razón alguna para ponerlo en discusión”. (Reale y Antiseri, 1995, p. 326). De todas las cosas que me llegan hasta nosotros del mundo exterior a través de los sentidos, sólo logramos concebir como claro y distinto la extensión.
Conclusión
El mundo espiritual es res cogitans -alma- y el mundo material es res extensa -cuerpo-. No hay realidades intermedias.
La única propiedad esencial que se
puede predicar del mundo exterior es su extensión: “sólo ésta puede concebirse
de un modo claro y con total distinción de las demás propiedades” (Reale y Antiseri, 1995, p. 326). Y esto es los cuerpos
matematizados, despojados de todas las cualidades que los sentidos les
atribuyen. Por ejemplo; su comportamiento en el espacio, sus movimientos, la
cantidad, la forma. Descartes concluye que sólo las demostraciones geométricas
verifican la extensión. Todas las demás propiedades: el color, el sabor, el
sonido, el peso, etc. las considera secundarias: No es posible tener de ellas
una idea clara y distinta. Creerlas a estas propiedades como algo objetivo es infantil,
son respuestas del sistema nervioso ante estímulos físicos o herencia de la tradición.
De aquí en más Descartes desarrollará su filosofía
basándose en este nuevo discurso científico racional donde, el terreno de la extensión,
el universo, está conformado, en esencia, por la misma materia; y puede además ser
movida y analizadas según sus partes y movimientos. El cuerpo humano, los
animales y el mundo físico se explican por medio de principios mecánicos. El
reino de la cualidad, del cual Galileo ya se había manifestado, es la primera
resultante de la nueva filosofía: Materia y movimiento, extensión y movimiento,
espacio y movimiento. Esto rechaza el vacío, el universo está lleno de materia,
regido por leyes (Reale y Antiseri, 1995):
1. El principio de
conservación: Todo permanece en
constante la cantidad de movimiento, y
2. El principio de
inercia: sólo puede cambiar de dirección la
materia despojada de cualidades a través del impulso de otro cuerpo.
3. Movimiento Rectilíneo
uniforme: basándonos en los principios
anteriores se deduce el tercero, todo cuerpo tiende a moverse en línea recta.
Así, el mecanicismo de Descartes es un universo de modelo
mecánico de inspiración geométrica, doctrina que Descartes la expone en su obra
Principios de la Filosofía de 1644.
En este marco el mismo Dios es ajeno. El Dios cartesiano es creador pero no
está ninguna parte. Dirá Descartes que está fuera del mundo, no es el alma de
éste.
El humano es el único ser donde se encuentran presente
dos realidades distintas entre sí: la res
cogitans y la res extensa: El dualismo
Alma y Cuerpo. Pero aquí el alma es pensamiento, no vida. No se separa del
cuerpo ni provoca la muerte. Es una realidad inextensa. Mientras que el cuerpo
es extenso. Descartes dirá que no basta con que el alma timonee al cuerpo sólo
para mover sus miembros, sino que es necesario que se combine y se una más
estrechamente a él.
Bibliografía
- Russell, B. (1985) La Perspectiva Científica.
Argentina: Biblioteca Ariel -Sudamericana-Planeta.
- Descartes, R. (2000) Discurso del Método, Meditaciones
Metafísicas, Reglas para la Conducción del espíritu, Principios de la filosofía.
México: Editorial Porrúa.
- Reale, G. y Antiseri, D. (1995) Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Barcelona: Editorial Herder
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