Inglaterra durante el período 1780-1840.
Por Maximiliano Salomoni
Divulgación Histórica
Por Maximiliano Salomoni
15 | 03 | 2021
Ilustración: “Niño tejedor de la industria algodonera de EEUU”
Autor: Lewis Hine (1909)
Licencia: Citado APA al final de este trabajo
|
______________________________________
Fue en Inglaterra donde, en las últimas décadas del siglo XVIII, la producción textil creció a niveles de producción inimaginables: la transformación de los pequeños talleres artesanales a enormes y brutales fábricas con condiciones deshumanizantes de hacinamiento y explotación, devenidas luego en ciudades altamente contaminadas, afinadas a la lógica mecanicista y super-productoras de manufacturas que abastecían los mercados incipientes. Toda una trama de barbarie que fue paulatinamente el combustible impulsor del desarrollo del capitalismo en su siniestra fase llamada Revolución Industrial.
Las
fábricas del horror
La descripción realizada en la novela Tiempos Difíciles de Charles Dickens
publicada en 1854, nos da una ilustración directa de la forma en que los
trabajadores vivían en los barrios fabriles de humo espeso:
“Era
una ciudad de ladrillo rojo, es decir, de ladrillo que habría sido rojo si el
humo y la ceniza se lo hubiesen consentido; como no era así, la ciudad tenía un
extraño color rojinegro, parecido al que usan los salvajes para embadurnarse la
cara. Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas, por las que salían
interminables serpientes de humo que no acababan nunca de desenroscarse, a pesar
de salir y salir sin interrupción. Pasaban por la ciudad un negro canal y un
río de aguas teñidas de púrpura maloliente; tenía también grandes bloques de
edificios llenos de ventanas, y en cuyo interior resonaba todo el día un
continuo traqueteo y temblor y en el que el émbolo de la máquina de vapor subía
y bajaba con monotonía, lo mismo que la cabeza de un elefante enloquecido de
melancolía. Contenía la ciudad varias calles anchas, todas muy parecidas,
además de muchas calles estrechas que se parecían entre sí todavía más que las
grandes; estaban habitadas por gentes que también se parecían entre sí, que
entraban y salían de sus casas a idénticas horas, levantando en el suelo
idénticos ruidos de pasos, que se encaminaban hacia idéntica ocupación y para las
que cada día era idéntico al de ayer y al de mañana y cada año era una repetición
del anterior y del siguiente” (Dickens,
2018, p. 20)
Y así vivían los trabajadores y sus familias,
que también trabajaban, hacinados, en una rutina monótona, acompasada por el
reloj de la fábrica y en el desafío de la supervivencia y dependencia al
capitalista.
El historiador Eric Hobsbawm refiere que
hacia 1780 el país poseía ya un circuito comercial interno y disponibilidad de
trabajadores para dotar a las primeras fábricas de mano obra. Además, la
hegemonía en sus colonias, le daba, a la vez, esclavos para extraer las
materias primas: algodón de India y E.E.U.U., y además, mercado externo para
vender los productos.
Fue la
mula de hilar (Spinning mule), la
nueva tecnología con la que se podía hilar grandes cantidades de hilo. Esto
necesitaba numerosos trabajadores concentrados en grandes espacios: las
fábricas.
Un dato sobre la macabra realidad de los aspectos de funcionamiento de esta tecnología: se necesitaba de un operario que supervisaba y niños pequeños que debían estar permanentemente en postura encorvada hilando durante jornadas de 12 horas. Los registros documentan que sus huesos quedaban atrofiados con deformaciones en la columna de por vida.
Las fábricas se emplazaban cerca de los
ríos, ya que usaban el vapor como energía, en territorios como Lancashire o
Manchester por ejemplo. Cada una se especializa en aspectos diferentes -hilado,
estampado, tejido-. Así, diversificadas en distintos aspectos de la producción
textil, evitaron la concentración industrial, de este modo la expansión
comercial fue rápida.
Los
obreros desde sus propias fuentes
Tres
fuentes relatan en primera persona la situación de los obreros en la Revolución
Industrial. Hacia 1818 es publicada anónimamente en la Revista Black Dwarf (1817-1824)
una carta de un hilandero de algodón, testimonia directamente las atroces
condiciones de los trabajadores: narra la docilidad y acostumbramiento al
trabajo al que eran sometidos desde que eran niños de seis años a jornadas
desde 5 de la mañana a 9 de la noche, alimentados de la forma más mísera:
“El esclavo hilandero inglés no disfruta
de un espacio abierto ni de las brisas del cielo. Encerrado en fábricas de ocho
pisos de altura, no tiene descanso hasta que el pesado motor se detiene, y
entonces se va a su casa a recuperarse para el día siguiente; no hay tiempo
para mantener una agradable relación con su familia; todos están igual de
fatigados y agotados. No se trata de una imagen exagerada, es literalmente
cierto” (Fuente i: Revista Black Dwarf, 1818).
Otra fuente extraída de Robert Owen, nos ilustra el abusivo trabajo infantil esclavo: “En los distritos industriales es común que los padres manden a sus hijos de 6, 7, 8 años a trabajar, tanto en invierno como en verano, por su puesto en la oscuridad y bajo la helada, a las 6 a.m. (…) los niños tienen que trabajar por su subsistencia básica”
El cambio
de escenario que sufrieron los otrora campesinos ingleses -despojados de sus
tierras cultivables por edictos legales de expropiación de tierras y devenidos
ahora mano de obra barata en ciudades enmugrecidas con los aceites cancerígenos
de las primeras maquinarias- fue el descenso mismo a los infiernos. Si en los
períodos feudales eran siervos, en el capitalismo eran esclavos, si en el
feudalismo tenían al menos tierra para cultivar, ahora tenían un salario que
alcanzaba apenas para respirar. Este cambio también lo ilustra la misma fuente
de Owen:
“La sociedad industrial se ha extendido
de tal manera en el Imperio Británico, como para producir un cambio general en
la masa del pueblo. Esta crisis progresa rápidamente, ya antes de que nos demos
cuenta, la feliz simpleza del campesino agricultor estará totalmente eclipsada
entre nosotros. Aún ahora es raro encontrarla sin la contaminación de esos
hábitos inmorales que son resultantes del comercio y la industria. La
adquisición de bienestar y lujos lleva a una cantidad de individuos, que antes
no pensaba en ellos, a sacrificar los mejores sentimientos de la naturaleza
humana por su amor a la acumulación (…) en tanto la competencia aumentaba y la
posibilidad de riqueza disminuía, fueron degradando a la clase obrera a una
situación más miserable de la que estaba antes de la introducción de esas
fábricas” (Fuente ii: Robert Owen, 1815).
La tercera fuente de la época que
presento es un fragmento un trabajo de Federico Engels de 1845 sobre la
situación de la clase obrera en Inglaterra:
“El alimento indigesto de los
trabajadores es enteramente impropio para la alimentación de los niños, pero el
trabajador no tiene tiempo ni medios
para dar a sus hijos sustentos más adecuados. Existe la costumbre de darle
aguardiente y hasta opio. Esto engendra las enfermedades más diversas en los
estómagos que dura toda la vida (…) Los
fabricantes adulteran los alimentos que consumen los obreros de una manera
insoportable, con desprecio total de la salud de aquellos que los deben
consumir (…) los residuos de jabonería se mezclan con otros productos y se
vende como azúcar, para adulterar el cacao se lo mezcla con tierra parda fina
rociada con grasa de cordero, las hojas de té usadas se ponen a secar sobre
placas de cobre para que recuperen el color para venderlas como frescas (…) que
otra cosa puede esperarse sino una enorme mortalidad, epidemias permanentes y
un debilitamiento progresivo de los trabajadores” (Fuente iii: Engels, 1845).
En
la incipiente economía capitalista los bajos salarios eran decisión de los
capitalistas, sustentados en principios económicos y filosóficos del liberalismo, que decían que las pagas
debían estar en el límite de subsistencia.
La
economía liberal
En la Inglaterra del siglo XV y principios
del XVII mercaderes integrantes de directorios de compañías comerciales o funcionarios de comercio y aduana defendían
la alianza entre la burguesía mercantil creciente y la Corona. Los llamados
luego, mercantilistas tempranos
dominaban esta etapa con su pensamiento basado en el proteccionismo estatal de la
economía, la acumulación de riquezas en oro y metales, y además en ese entonces
de la Corona intervenía directamente en la esfera de la circulación monetaria. Pero
nuevos aires soplarían en detrimento de la Corona, la economía de libre mercado
estaba naciendo de la mano de ideas englobadas dentro de lo que se conoce como el
pensamiento mercantilista pleno del
siglo XVII, con Thomas Mun (1571-1641) a la cabeza (Rubin, 2013).
A diferencia de lo que ocurría antes, el
comercio ya no estará centralizado en la cuestión monetaria: la acumulación de dinero en sí (las grandes
fortunas de las Realezas), sino en el comercio exterior como fuente de riqueza
del país. Mun no va estar en desacuerdo con la acumulación monetaria en pos
de acrecentar los recursos a la Corona, pero no será el objetivo primero, sino
una consecuencia de desarrollar el comercio mediante el intercambio de
mercaderías: “Los medios ordinarios, por tanto, para aumentar nuestra riqueza y
tesoro son por el comercio exterior, por lo que debemos siempre observar esta
regla: vender más anualmente a los extranjeros en valor de lo que consumimos de
ellos” (Mun, 1954, Cap.II). El dinero vendrá al país como
resultado de una balanza comercial positiva dada por la navegación y las
industrias orientadas a la exportación.
Para esto va a oponerse a la acción coercitiva del estado con regulación directa
de la circulación monetaria: por ejemplo, prohibición de exportación de
dinero, fijación del tipo de cambio. Y es que su visión incluirá ya el hecho de
que las fluctuaciones del tipo de cambio están reguladas por cierta ley de
balance comercial positivo o negativo. Esta postura marca una clara diferencia con el proteccionismo estatal que dominaba hasta
ese siglo.
Para este cambio de estrategia Inglaterra
deberá plantarse ofensivamente sobre el mercado mundial: las otras potencias
coloniales, reforzando la capacidad industrial nacional y los recursos del
transporte marítimo. Pero también abogará por la reventa de productos
provenientes de otros mercados. Para lograr esto la salida de moneda debe ser
permitida para la compra de materias primas ya sea para su posterior
industrialización o para la reventa. Planteado en términos de inversión:
“luego, al exportar, obtendremos una
suma mayor a la que dejamos salir cuando importamos (…) Considerad, pues, la
verdadera forma y valor del comercio exterior, el cual es: la gran renta del
rey, la honra del reino, la noble profesión del comerciante, la escuela de
nuestros oficios, la satisfacción de nuestras necesidades, el empleo de
nuestros pobres, el mejoramiento de nuestras tierras, la manutención de nuestros
marineros, las murallas de los reinos, los recursos de nuestro tesoro, el
nervio de nuestras guerras, el terror de nuestros enemigos.” (Mun, 1954, Cap.XXI).
Se solidificaba aquí, con los
mercantilistas en esta etapa del capitalismo una alianza entre la burguesía
comercial y la Corona que no duraría mucho tiempo.
En tanto que el pueblo llano o la clase
pobre, sufrieron tanto a unos como a otros: como siervos y campesinos feudales antes
o como trabajadores esclavos de los capitalistas en la nuevas ciudades industriales.
Hay que diferenciar que la libertad para los humildes no era la misma libertad
reclamada por los burgueses liberales.
Adam
Smith
Ya a principios del siglo XVIII, las
ideas del comerciante Dudleya North (1675-1712) representa el próximo escalón
hacia la limitación del Estado en la economía y, a la vez, la antesala a Adam
Smith, el economista clásico estrella del liberalismo. Porque en North cambia totalmente la concepción misma
del dinero, éste funcionará simplemente como un medio para intercambiar
mercancías. Se profundiza aquí la
defensa del capital mercantil y monetario contra las restricciones estatales
sobre el comercio externo y a nivel intereses.
Y
estas ideas de libre mercado serán continuadas y profundizadas por Adam Smith (1723-1790)
para quien el comercio será el intercambio de bienes diferentes y cuanto mayor
es ese intercambio, mayor especialización y diferenciación las actividades
productivas del hombre.
Smith se basará así en las ideas del liberalismo económico de libre comercio. Ve
en la división del trabajo de la naciente sociedad mercantil de su época, que
el objetivo del comercio es el intercambio. La manufactura es la
articulación de diferentes trabajos especializados. El intercambio del trabajo
propio, expresada en una mercancía, por el trabajo de otro productor, otra
mercancía. Un país puede especializarse en producir tales bienes en los que se
aventaje, elaborarlos con mayor eficiencia, e importar aquellos en lo que
tuviera una desventaja absoluta. El dinero será aquí sólo un medio de
circulación: es lo que permite que un productor acceda a otra mercancía a
cambio de la propia.
Adam Smith quien provenía de la
filosofía embebida en el liberalismo filosófico y político va a exponer en su
obra “Teoría de los Sentimientos Morales” (1759), sus principios liberales.
Allí, desarrollará su idea del Interés
personal destacando el esfuerzo de todo hombre por mejorar su condición y elevando esto a la categoría de motor del
progreso social fundado en esta idea. Luchando por su progreso personal,
señala, el hombre empuja al progreso de la sociedad en general. No va a exaltar
el egoísmo sino que el motor del interés social será para él el interés
personal, que debe permanecer libre de trabas del estado. Y en la libertad de
competencia, sin regulaciones. Ya que, como otros liberales, a la sociedad
burguesa de su época caracterizada por el intercambio generalizado de
mercancías, por un lado, y la producción cada vez más diversa y en mayor
escala, del otro, la veía como la encarnación del “orden natural”. Ésta esencia
existió siempre dirá, pero es en la sociedad de la competencia, el intercambio
y la propiedad privada donde esta naturaleza humana puede desarrollarse
plenamente. En este marco filosófico de Smith destaca también la ausencia de
vínculos de dependencia personal entre los seres humanos. Los hombres sólo se
relacionan entre sí a través de la libertad del libre intercambio.
Y éste intercambio con movimientos y
fluctuaciones en la oferta y la demanda, está basado en un también metafísico concepto de equilibrio y armonía
económico. Y es que según la Teoría de la mano Invisible, el mercado se regula como una fuerza
todopoderosa, inmanente, y se impone a la voluntad de los hombres. Para el
liberalismo económico toda economía podrá autorregularse si las fuerzas del
mercado actúan sin interferencias de los hombres y mucho menos del Estado.
Es el trabajo, basado en la división del
trabajo de su época, lo que impulsa la acumulación de capital mediante el
incremento en la productividad. “El trabajo anual de cada nación es el fondo
del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y convenientes para la
vida que la nación consume anualmente, y que consisten siempre en el producto
inmediato de ese trabajo, o en lo que se compra con dicho producto a otras
naciones” (Smith, 1776, p.17). Aunque Smith explica que el trabajo es la
calidad de medida exacta para cuantificar el valor en su Teoría del valor
trabajo: el valor era la cantidad de trabajo que uno podía recibir a cambio de
su mercancía, el trabajo siempre permanece invariable; la cantidad de horas y
el desgaste del trabajador al producir un bien, entonces se convierte el trabajo
en el patrón definitivo e invariable del valor.
Pero observa luego que, en la sociedad
mercantil se compra y vende la fuerza de trabajo, y no es el obrero quien se
beneficia. La teoría no sirve para explicar los conceptos de beneficio y renta,
por lo que adopta su Teoría de los Costos
de Producción para explicar el valor de una mercancía. Ese valor deja de
estar regido por el trabajo, y lo integra en los costos de producción, basado
en tres factores: salarios, ganancia y renta.
La
división del trabajo industrial
Fue entonces el siglo XVIII el escenario
de la transición entre el taller artesanal y el capitalismo industrial,
desarrollándose como estadio intermedio la industria doméstica articulada por
intermediarios comerciales. Si bien es claro e ininterrumpido el crecimiento,
desarrollo y avance de la industria manufacturera durante este período, en pos
de ir perdiendo peso la fabricación en taller artesanal, ésta, tanto como los
intermediarios comerciales, convivían con el capitalismo industrial de manufacturas.
En el taller artesanal, el mismo
productor, artesano producía la mercancía él mismo, acompañado a lo sumo por un
par de ayudantes, y también se ocupaba él mismo de vender en el mercado del
pueblo o en su propia casa la mercancía. Muchos de estos comerciantes
comenzaron a especializarse en rubros específicos dictando el pulso a los
artesanos sobre qué productos o con que materiales debían hacer los trabajos.
Así, cientos de artesanos comenzaron a estar bajo órdenes de un sólo mercader
intermediario para acceder al mercado. Es esta la fase de la industria
doméstica articulada.
Eventualmente esto derivó en que tanto
el diseño, como los insumos y las herramientas, las proveyera el intermediario.
Aquí ya el artesano sólo aportaba su trabajo; esto es la génesis misma del
salario. Ya no sería independiente sino que cobraría un sueldo por fabricada
una pieza.
Estos capitalistas comerciales
intermediario sentarían las bases para la siguiente etapa contemporánea también
a Smith, se convertirían en capitalistas industriales. La industria
desarrollada en función de agrupar en un mismo emplazamiento a muchos
trabajadores especializados en distintas etapas de la producción de un mismo
producto está ya en su etapa inicial. La manufactura basada en la división del
trabajo.
Aunque esta última no sustituiría a las
anteriores completamente fue definitivamente ésta la que iría creciendo y
desarrollándose como la forma de producción predominante.
Malthus,
las leyes de la pobreza
El hilandero anónimo de la carta citada
previamente describe: “los patronos de hilanderos desean mantener bajos los
salarios con el propósito de mantener a los hilanderos indigentes y sin ánimos
(…) así como con el propósito de llevarse el beneficio a sus bolsillos” (Fuente
i: Revista Black Dwarf, 1818). Estas situaciones no eran aisladas ni salían de
la nada misma, sino que eran conductas explicables desde el pensamiento
liberal.
Thomas Malthus (1766-1834) si bien era
clérigo anglicano, tuvo gran influencia en el pensamiento inglés y su obra
sigue siendo citada por algunos sectores de la economía política. Al asociar
sus ideas sobre pobreza, escases de alimentos y superpoblación, creó un tándem
que hoy día es usado en economía liberal para justificar mucho de su ideología.
En su obra más conocida y polémica Ensayo
sobre el principio de la población afirmaba que el ritmo de crecimiento de
la población es superior a la oferta de alimentos. La especie humana crece en una
progresión geométrica, donde cada observación o dato duplica al anterior. Para
Malthus, esa duplicación de la población tenía lugar cada 20 o 25 años. En
cambio, la oferta de alimentos evolucionaba bajo la forma de una progresión
aritmética. Dado el carácter limitado de las tierras disponibles para cultivo,
y sus rendimientos decrecientes. En algún momento los alimentos serán escasos
para abastecer a toda la población.
Para evitar esto Malthus, señalaba dos
caminos: los medios preventivos: incluía la “contención moral” por ejemplo, a
pesar de ser religioso, estaba a favor de reducir la tasa de natalidad. Luego, entre los llamados controles
positivos, aparecían aquellos eventos que debían conducir a la reducción de la población sobrante: las pestes, las
guerras y, finalmente, el hambre. Así, si los medios preventivos no
bastaban para controlar el crecimiento de la población, deberían ponerse en
marcha los medios positivos, y que los cataclismos naturales o sociales
“ajusten” a la población al nivel de alimentos disponibles.
“El hambre parece ser el último y más terrible recurso de la naturaleza. La fuerza de crecimiento de la población es tan superior a la capacidad de la tierra de producir el alimento que necesita el hombre para subsistir, que la muerte prematura debe, en una u otra manera, visitar a la raza humana. Los vicios humanos son agentes activos y eficaces de despoblación (…) pero si fracasan en su labor exterminadora, son las enfermedades, las epidemias y las pestilencias las que avansan cegando a miles de vidas humanas. Si el éxito no es aún completo queda todavía, en la retaguardia, el hambre, ese gigante ineludible que de un solo golpe nivela la población con la capacidad alimenticia del mundo” (Malthus, 1997, p.128)
Malthus, además, tendía a relacionar a
la población pobre con el vicio y el despilfarro: “la falta de cuidado y
frugalidad predomina entre los pobres. Incluso cuando tienen la oportunidad de
economizar, rara vez lo hacen. Por el contrario, todo lo que ganan más allá de
sus necesidades del momento es gastado en los bares”. Malthus sobre las
políticas asistenciales y las “leyes de pobreza” opinaba que si se les daba
subsidios a los pobres para que puedan comer, ellos aumentarán el número de
hijos. Por lo tanto, serán necesarios más alimentos para mantenerlos. Creyendo
que se cierra la brecha entre población y alimentos, se la agranda. Restándole alimento a la población
productiva.
Pero además Malthus opinaba sobre el
equilibrio entre oferta y demanda: Para
que las mercancías de un país se vendan, los costos totales que forman el valor
de las mismas deberá tener su contraparte en gasto de las clases sociales, que
son de dos tipos: el consumo inmediato y el ahorro necesario para inversión que
permita producir otros bienes a futuro (bienes de capital o medios de
producción). Para comprar éstos últimos bienes, es necesario que sobren
recursos más allá de los que se destinaron al consumo. Por tanto, la clase
trabajadora, debe ser sometida a las “ley de hierro del salario”, esto hará que
su salario sea el mínimo de subsistencia, es decir, destinado a sostener su
consumo inmediato. En tanto los capitalistas deben reservar parte de sus beneficios para
invertir en nuevas máquinas.
Todas estas ideas y teorías de la época explican
por qué los capitalistas pretendían abaratar los costos fundamentalmente en los
salarios. Con todo este humus, sumado a los argumentos de que debía ahorrar
para inversión de capital, tomaban medidas de miserabilidad hacia los
trabajadores. Mantener los salarios al mínimo o contratar a mujeres y niños, cuyos sueldos se pagaban mucho más
bajo.
Y esto lo ilustra la autora Joan W.
Scott, en un testimonio de 1835 citado en su libro, donde un economista de la época afirma que el sentido de mejorar las maquinarias va
en pos de reemplazar al hombre, o bien, disminuir costes reemplazando a éste
por mujeres y niños. Era frecuente que las niñas de 16 años y niños hilaran
para que los dueños ahorraran en salario (Scott, 1993).
Reafirmando lo anterior, Hobsbawm observa
que para esta etapa del desarrollo de la
revolución industrial, la textil, no es verdad que fuese necesario sacrificar
salario sino que esto respondía a teorías liberales de la época. La
inversión era mínima, puesto que las tecnologías que requerían gran inversión
no llegaron sino hasta el desarrollo de la industria pesada, muchas décadas
después.
Pero que dice la teoría económica liberal ortodoxa: gira en torno a la acumulación
del capital por parte de los capitalistas -máximo porcentaje de beneficios y
una transferencia de ingresos de los obreros a los patrones. Los beneficios
motorizaban la economía al ser reinvertidos en capital al igual que pagar
jornales mínimos. (Hobsbawm, 1977). Pero no sólo de las ideas económicas
liberales se alimentaban los capitalistas industriales de esta época sino de un
abanico más amplio proporcionado por el liberalismo filosófico de la burguesía.
La
clase burguesa
Hobsbawm describe los orígenes del nuevo
burgués: campesinos medios calificados pero no
ilustrados, devenidos empresarios: la tecnología manufacturera era más bien
aplicación práctica de la técnica, para innovar no se requería ser una gran
científico, además, el mercado insipiente requería de poco capital de
inversión. Es el caso de la familia Peel presentado por el historiador como un
ejemplo representativo y común de esto. Familia del campo, de ingresos medios,
supo invertir con poco dinero, en maquinarias y se convirtió en uno de los
capitalistas textiles más importantes de la época. Los Peel eran campesinos de
mediano poder adquisitivo de Lancashire. El padre Sir Robert, tenía
conocimientos prácticos, inventiva y experiencia en producción textil. Su hijo
el joven Peel, no tuvo muchos problemas para conseguir capitales de inversión y
crecer económicamente. A los 40 años era ya un respetable miembro del
Parlamento y representante de la nueva clase social: los industriales
Así,
comerciantes, industriales y banqueros gradualmente irían consolidándose como
clase: el desprecio hacia la aristocracia y hacia los pobres fue una constante.
El resultado principal de la Revolución francesa fue poner fin a una sociedad
aristocrática. Pero no fue el fin de la influencia aristocrática sobre los
burgueses, quienes adoptaron sus símbolos de prestigio, poder, status. Pese a
su odio de clase hacia la vieja aristocracia representativa de lo feudal, veían
como modelo la elegancia de la aristocracia, al punto de querer imitarlos.
Enmarcados en el individualismo
económico e ideológico del liberalismo, conjugado con las ideas de superioridad
del evolucionismo social, pinceladas de espiritualidad protestante, la
meritocracia y la moralidad utilitarista: así, soberbios y educados en la frialdad
de sentimientos, los hombres de esta nueva clase social se creían en derecho a
manejar con dinero al mundo. Dickens
nuevamente los retrata en su novela:
“Luisa, no hay que asombrarse nunca. En
esta frase estaba todo el resorte del arte mecánico, del secreto de educar la
razón, sin rebajarse a cultivar los sentimientos y los afectos. No asombrarse nunca.
Arreglar todas las cosas echando mano, según los casos, de la adición, la
sustracción, la multiplicación y la división, y no asombrarse” (Dickens, 2018, p. 44).
Los
negocios, y también las profesiones liberales, eran el umbral para la movilidad
social de esta clase. Hobsbawm
relata en su capítulo La Carera abierta
al talento como la carrera más propicia para esta clase eran los negocios.
Pero que sin embargo no era propicia para el pobre por dos motivos
fundamentales: La esencia misma de la economía industrial consistía en crear
más deprisa obreros que patrones, por cada hombre que ascendía se hundían diez.
Por otro lado, la independencia económica requería conocimientos técnicos,
disposición mental y recursos mínimos para emprenderlos que las mayorías no
poseían. Las únicas puertas que quizás podrían abrir para sus hijos eran algún
puesto administrativo, el
sacerdocio o magisterio –para ellos el maestro que ayudaba a salir de la ignorancia
era un ideal bien visto (Hobsbawm, 1997).
Las
mujeres obreras
Respecto de las mujeres, es en ésta
época donde se generó un discurso de género que
separaba el mundo del hogar y el mundo del trabajo: la reproducción de la
producción. La moralidad sexista burguesa que argumentaba maternidad y cuerpo
frágil, naturalizó como un problema a las mujeres trabajadoras.
La autora Joan
Scott considera que esto no comenzó
siendo un proceso objetivo de la realidad, sino que la construcción discursiva
que forjó a la mentalidad de época y ocasionó con el tiempo una realidad
desfavorable para las mujeres. La mujer debía estar reducida al hogar
(ámbito femenino- no productivo). Pero la mujer trabajaba, en la fábrica y
fuera de ella. La industria de la vestimenta y el servicio doméstico fueron una
continuidad del pasado a las que se les agregó las nuevas formas de trabajos en
comercio y servicios para jóvenes y solteras, igual que en épocas anteriores.
Otra construcción fue el trabajo para mujeres: asociar a las
asalariadas con servicios, antes que con empleos productivos. Así, estatus,
espacio, salario y servicios creó un discurso de segregación sexual:
trabajadoras baratas, jóvenes y solteras para servicios. Legitimado por el
poder político, sindical y cultural, que
veía a la mujer trabajadora como un problema.
La
familia burguesa
En
la clase capitalista, Hobsbawm, encuentra en el puritanismo sexual una raíz
económica: la familia como
unidad básica de la sociedad, y su relación con la reproducción de la propiedad y la empresa, corría riesgo si
existían amantes de la familia pobre. La
familia era una autocracia patriarcal (jefe con respecto a la mujer, hijos
y trabajadoras/es la casa: inferioridad y sumisos). El burgués tenía el
monopolio del mando tanto en su casa como en la fábrica. Esto justificado por
una mentalidad de superioridad del amo y raza dominante hacia la mujer y hacia
los obreros que como inferiores. Si no podían adaptarse a la nueva sociedad,
era por falta de inteligencia o trabas morales.
Hobsbawm resalta la sociedad jerárquica
con discurso oficial de igualdad pero basada en códigos laborales
segregacionistas, con coacción estatal, disciplina fabril inhumana y pobreza para
amoldarlos. El destino de los obreros industriales considerados como una masa
que había que amoldar con la ayuda de la dura coacción del Estado y la
disciplina draconiana de las fábricas. La clase media de la época no veía
incompatible el principio de igualdad ante la ley y los deliberados códigos
laborales discriminatorios. Debían estar constantemente al borde de la
indigencia para que trabajen, debían estar acosados por la necesidad siempre
para asegurar que trabajen y den ejemplo a su descendencia. Así la pobreza era
garantía de buena conducta.
Crisis del 1830
En la década de 1830 comenzó la crisis económica, la
industria textil se estancó. Los mercados internacionales ya no podían absorber
la cuantiosa producción de Inglaterra, esto reducía beneficios para los
capitalistas condenando aún más a la pobreza para los trabajadores al
reducirles aún más los salarios, en pos de maximizar beneficios. Para Hobsbawm
la pobreza limitó el mercado interno agravando la crisis económica y el
descontento social generó grandes protestas masivas.
Comienza la era de los movimientos de
masas, la clase obrera se organiza conforme surge su propia conciencia de
clase. Pero los burgueses tomarán
medidas también: organizados en grupos de presión ejercerán sus influencias en
el poder político.
Bibliografía
-Hobsbawm, Eric, Industria
e Imperio, Barcelona, Ariel, 1977. (cap. 3, “La revolución industrial,
1780-1840”, pp. 55-76).
-Hobsbawm, Eric, La era de la revolución, 1789-1848,
Barcelona, Crítica, 1997. (cap. 10, “La carrera abierta al talento”, pp.
187-204).
-Hobsbawm, Eric, La
era del capital, 1848-1875, Barcelona, Crítica, 1998. (cap. 2, “El gran
boom”, pp. 41-59 y cap. 13, “El mundo burgués”, pp. 226-245).
-Dickens, Charles, Tiempos difíciles. (2018). Obtenida el
15 de marzo de 2021 de https://freeditorial.com/es/books/tiempos-dificiles
-Scott, Joan, “La mujer trabajadora en el siglo XIX”, en
Duby, Georges y Perrot, Michelle (dirs.), Historia
de las Mujeres, tomo El Siglo XIX, Barcelona, Taurus, 1993, pp. 405-435.
Rubin, I. (2013). Una historia del pensamiento económico.
Trad. Graciela Molle. Buenos Aires: U.B.A. (Cap.3-7)
-Mun, Thomas, “La riqueza de
Inglaterra por el comercio exterior” (1954) México, en Fondo de Cultura Económica
de México
-Smith, Adam, “Una
investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”
(1776). Obtenida el 15 de Marzo de 2021 de https://infolibros.org/libros-de-adam-smith-pdf/#libro1
-Smith, Adam, “Teoría de los
Sentimientos Morales” (1759). Obtenida el 15 de Marzo de 2021 de https://infolibros.org/libros-de-adam-smith-pdf/#libro2
-Malthus, Thomas Robert,
“Ensayo sobre el principio de población” (1997) Barcelona: Altaya.
Fuentes sobre industrialización y clase obrera
i-Anónimo, Carta de Lector (1818) “Un oficial hilandero de algodón”. En Revista Black Dwarf
ii- Owen, Robert (1815) “Observaciones sobre los efectos del sistema manufacturero”.
iii-Engels, Federico (1845) “La situación de la clase obrera en Inglaterra”
Fotografías:
Portada:
-Hine, L. W., photographer. (1909) A doffer boy in Globe Cotton Mill, Augusta, Ga. Location: Augusta, Georgia. United States Georgia Augusta. Augusta, 1909. January. [Photograph] Retrieved from the Library of Congress, https://www.loc.gov/item/2018675040/.
Texto:
Fotografía I: Fuente: Wikipedia. Niño trabajador trabaja en mula de hilar semi-automática
MIAT. Museo de arqueología Industrial, Gante, Bélgica. Licencia Creative Commons Attribution - Partage dans les Mêmes Conditions 4.0
No hay comentarios:
Publicar un comentario