¿Nueva forma de censura?

martes, 13 de noviembre de 2018
Formas indirectas para impedir el acceso a los libros 
| Por Maximiliano Salomoni


En una entrevista pública realizada en la Universidad Nacional de Bogotá en 1986, el Maestro Ernesto Sabato decía:

“En las cazas de brujas todo es sospechoso. Se llegó a prohibir El Principito de Saint Exupery. Se prohibieron miles de libros. La palabra "dialéctica" era una palabra maldita. Entonces yo escribí ese artículo en La Nación, en 1978, que está transcrito en mi libro Apologías y rechazos. Ustedes lo pueden leer. Hablé precisamente porque se acababa de prohibir un libro de Vargas Llosa y un libro de un ángel maravilloso que ya está muerto: Alvaro Yunque. Un viejo anarquista a quien yo veneré mucho cuando era estudiante…”, “Se prohibieron después libros filosóficos. Se prohibió, por ejemplo, la Lógica Formal y Lógica Dialéctica de Henry Lefebvre. Yo hablé entonces de esa prohibición en mí artículo. Decía: entonces si se prohíbe un libro de Lefebvre, por qué no prohíben también a Hegel puesto que de ahí sale todo esto de la dialéctica contemporánea. Y, si se prohíbe a Hegel que a su vez se forma sobre la base de Kant, hay que prohibir a Kant. Y, si se prohíbe a Kant, hay que prohibir a Leibniz que es otro peligroso subversivo, y así sucesivamente hasta llegar a la filosofía griega; porque finalmente siempre se llega a Platón, hay que liquidar a Platón y hay que liquidar a los presocráticos, a Heráclito cuya filosofía tiene mucho que ver con lo que llamamos actualmente la dialéctica. Y en esta hecatombe, ¿qué queda, qué les quedaba? Todo esto fue producido por nuestra dictadura”.

El genio creativo de Sabato ilustra con éstas palabras la prohibición de libros en la última dictadura militar de Argentina. Pero también algo más substancial y revelador: la cadena de transmisión cultural de la mismísima humanidad, donde cada libro escrito y cada autor, es un eslabón que remite a una influencia anterior: a otro libro, a otro autor, y así hasta llegar a los orígenes mismos de la humanidad. El árbol de la lecto-escritura hunde sus raíces en los papiros del Egipto predinástico, en los caparazones de tortugas de la China neolítica. Desde aquellos tiempos arcaicos la cadena de reproducción cultural de la escritura nunca se detuvo. Y cada intento de prohibir un libro, un autor, fue un intento de cortar esa cadena, la cadena del conocimiento humano.

Si se entiende de éste modo: que cada censura, más allá de la ideología del autor, del contenido del libro, o del contexto histórico, es un intento de sabotaje de algo tan grande como la humanidad misma, pues, cada libro es parte de un todo, se entiende por qué cada uno de éstos intentos fracasaron, pues nunca se ha podido, hasta ahora, a través de la prohibición directa, llevar a cavo dicho fin. De forma análoga, se expresa esta idea en otro arte milenario: la música, que de prohibiciones conoce muy bien en su historia, en la letra escrita por Horacio Guarany: “Si se calla el cantor calla la vida. Porque la vida, la vida misma es todo un canto”.

¿Y en entonces? ¿Prohibir, quemar, censurar es darle más fuerza, más mística a una causa? La historia nos demuestra que sí. La tragedia y su componente agónico enaltecen a la víctima y a su ideal y lo eleva al mito noble del héroe que termina por seducir a generaciones enteras. Cuanto más se prohíbe, no sólo no desaparece, sino que más tarde o más temprano, se engrandece y propaga. Y para ilustrar esta idea tomemos el ejemplo de lo sucedido con la llamada Biblioteca Roja.  

Ésta es la historia de toda una biblioteca que, ante el peligro de requisas en viviendas, práctica común por parte de las fuerzas policiales y militares en la última dictadura cívico-militar, fue enterrada en los jardines del  hogar donde vivían en Córdoba, una pareja, por entonces estudiantes de la Universidad. Esto fue en 1976, antes de partir hacia el exilio obligado. Los libros permanecieron ocultos bajo tierra durante 40 años, y fue su hijo junto a un grupo interdiciplinario de artistas y antropólogos forenses quienes decidieron rescatarlos.

Y Así fue, pero los libros ya no eran libros, despertaron un nuevo sentido: como embajadores directos de una odisea, sobrevivientes de una tragedia oscura y siniestra, los libros rescatados fueron convertidos en una obra artística que reclama y simboliza la barbarie del terrorismo de estado. Como escribe Agustín Berti, integrante del grupo interdiciplinario que realizó el proyecto de recuperación de la Biblioteca Roja, en su libro “La violencia de las cosas” “El papel es un depositario privilegiado de las ideas de los hombres, en su fragilidad reside también su virtud, la posibilidad de su multiplicación” y esta multiplicación no es sólo literal sino que adquiere armónicos simbólicos, dimensión de ícono testimonial de una causa histórica de la dictadura argentina, pero también de la censura universal de la cadena del conocimiento humano, encuentra entonces una reivindicación histórica que potencia la causa original y desafía el olvido. Y esto es lo que ocasiona una prohibición: potenciar el ideal que la sufre, como método de censura nunca es eficaz.

Y es el mismo Sabato quien en la continuación de su entrevista decía:
“La censura del arte, la censura de la filosofía, la censura del cine. Había cosas que no se podían quemar; se quemaron muchos libros pero había cosas que no se podían quemar. Hubo libros contra los que no se atrevieron. No solamente los libros míos; los libros de Cortázar estaban en todas las librerías de Buenos Aires. Es decir, que en nuestro país ni lo malo, y al decir nuestro país quiero decir toda América Latina. Creo que en nuestro continente ni lo malo es bueno. Todo es irregular. Es decir, cuando los alemanes producen el mal producen científicamente con barómetros, termómetros, estadísticas. Nosotros ni siquiera somos capaces de eso. Felizmente, felizmente. Si no, yo no estaría acá hablando con ustedes. Todo es irregular”.

Todo es irregular y por tanto ineficaz. Y entonces, ¿la prohibición y quema de libros cayó en desuso porque los inquisidores de siempre se convencieron finalmente de que está mal censurar? ¿O porque encontraron otros mecanismos más eficaces para evitar la propagación de ideas contrarias a sus intereses?

Veamos a continuación dos escenarios claves, dos dispositivos concretos de la realidad actual, que sirven para argumentar la hipótesis central de esta nota: ¿Es necesario en estos tiempos, para los poderes siniestros que buscan cortar la cadena del conocimiento humano y hundir en la ignorancia a las poblaciones para que no tengan acceso a ella, la prohibición explícita de la lectura de libros? ¿o la censura fue suplantada por formas indirectas, más eficaces?

En primer lugar analicemos el acceso a los libros. ¿Cómo es la situación en Argentina en nuestros días? En los últimos años la crisis económica diseñada por neoliberalismos importados, desestabilizó la matriz misma de la producción intelectual del país. No hay prohibición alguna a ningún libro, pero en estos contextos, es cada vez más difícil su creación, difusión y adquisición ya que, por un lado, se dinamitó el poder adquisitivo real de la población, impactando esto no sólo en los bolsillos de los ciudadanos sino en toda la industria de la producción de libros, imprentas, editoriales, librerías, tanto por la escasa venta como por los altos costos de producción e inviabilidad comercial. Por otro lado, los mecanismos estatales de recorte presupuestario han afectado a todas las áreas gubernamentales encargadas de generar y fomentar la cultura, incluidos los ámbitos educativos. Los datos hablan por sí solos: Según la Cámara del Libro, las ventas cayeron 35 por ciento en los últimos cuatro años. Además desde 2016 a hoy se cerraron 35 pequeñas librerías, otras 30 cerraron sucursales, fueron absorbidas por cadenas o, debido al aumento imparable de costos (de alquiler y servicios de agua y luz, sobre todo), debieron reducir sus espacios. Este año las editoriales comerciales producirán ocho millones menos de ejemplares que en 2016. Éstos contundentes hechos hacen que cada vez escriban, se editen, se vendan y se lean menos libros. Entonces, los ciudadanos de sectores pobres y medios, sin apoyo estatal y bajo crisis económicas salvajes, se ven obligados a agotar su tiempo en tratar de subsistir, sin dinero, tiempo y energías necesarias para la lectura de libros.

Por otro lado las poblaciones de Occidente viven hoy el momento histórico de mayor lectura de toda la historia. “En términos históricos cada vez se lee más” afirma Daniel Goldin en una entrevista al diario El País de España. Goldin es Director de la Biblioteca Vasconcelo: una de las mayores de Latinoamérica. Pero ¿qué es lo que se lee? no precisamente libros sino formatos textuales más simples que sólo requieren de una atención múltiple poco profunda.  “Hoy en día consultamos internet y el celular todo el tiempo. Leer especialmente libros, supone un ejercicio de atención, dedicar un tiempo que por diferentes razones se ha convertido para muchos en un bien escaso”. El tiempo que utiliza la gente para consumir los formatos textuales de las nuevas tecnologías y la calidad y formato de textos al que es acostumbrada a consumir, socavan la hábito, el tiempo y el tipo de exigencia intelectual que requiere la lectura de libros.

Y ni para los libros electrónicos el panorama no es muy favorable. Su consumo es muy bajo en la Argentina. El mercado digital languidece con sólo el 2% del volumen de ventas de libros (Diario La Nación). El portal especializado en nuevas tecnologías Infotechnology, informa que es un mercado en el cuál se digitalizan muy pocos títulos. Cerca de un 17 por ciento de las novedades editoriales de cada año se digitalizan. Con lo cual, la oferta de títulos es muy baja, y eso no habilita a que un mercado pueda desarrollarse. Tengamos en cuenta además que fuera de C.A.B.A. y los hogares de clase media y media alta de las capitales provinciales, el acceso a la tecnología digital es muy limitado. Por todo esto los libros digitales, hasta el momento, llegan a realmente muy pocos ciudadanos. Esto hace que en los últimos años la producción total de libros digitales haya caído a un 32% y se concentre en ediciones universitarias y de organismos públicos.

Entonces, ¿No es ésta acaso la más eficaz y perversa forma de censura impuesta a los libros y a los ciudadanos? Existen formas indirectas para impedir el acceso a los libros: Son estos los mecanismos de enajenación económica y tecnológica de la población. ¿Para qué prohibir la rica pastura de las nutritivas praderas soleadas descritas en un libro? si es más eficaz producir, por un lado, el enflaquecimiento intelectual forzado que enajena al ser a la subsistencia básica, orillado por la precarización económica, que ni si quiera le permite tener tiempo y ganas para mirar la pradera por la ventana. Y por otro lado, el inducido descenso a la inmediatez visual de las nuevas tecnologías, donde sólo se mira la foto de la pradera y se le da un “like” en un oscuro “feedlot virtual” de simplicidad intelectual producido por el “caralibro” de la maquinaria neoliberal.


En esta coyuntura de pocos libros y pocos lectores de libros, su prohibición es innecesaria y se evita además, la formación póstuma de héroes y causas prohibidas a los que las nuevas generaciones les rindan culto.

 


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